¿Por qué dije que para recordar hay que vivir?
Nuestra corteza cerebral está tan
alejada de los centros de poder, recubriendo capa a capa el núcleo
duro, que necesita hacerse un resumen, narrarse para ocupar un
espacio vital que más tarde determine una orden, un comportamiento
esencial; así es como la ficción de lo vivido, que no es otra cosa
que lo recordado, logra adquirir una consistencia poderosa de la que
carece la vida. Sin embargo, todo ello queda muy lejos del
respirar, del hambre o el sueño. Frente a las necesidades básicas,
el hombre moderno necesita contar lo vivido para convertirlo
realidad esencial. Así es nuestra necesidad de abstracción,
nosotros la creamos pero no hemos aprendido a sobrellevar las
consecuencias. Es por eso que locamente luchamos por acceder a los
entresijos del arte. Nadar en ese océano o morir como abeja sin
aguijón o perro sacrificado. Yo he querido muchas veces morir: le
tengo más miedo a la locura. Después me digo que es imposible en mí
la locura, no llevo la marca de las palabras en mi piel sino la de
la tierra. Una montaña recortando el aire frío de agujas, las rocas
afiladas proyectando su sombra en la nieve, un viejo muro roído por
el musgo en un prado pueden abarcar el tiempo de una vida entera
aunque en mí sean la secuencia de un paisaje tratando de transcender
para convertirse en íntimas conexiones. No hay nada que contar, es
sólo una instantánea que penetra como un hachazo y se queda
aislada de las palabras, no es necesario el relato pero es tan
inmenso que no se aprecia en una fotografía. Lo intento. Adivino
que no va a salir bien, que el lenguaje al lado de la tierra parece
la masa de un bizcocho aún sin cuajar que huele a leche cortada.
Queda la piel, me digo, pongo los pies desnudos en la fina hierba.
Mis pies contra el verdor de las gramíneas, esquivo las ortigas
altivas y oscuras, aprieto con fuerza la punta de los dedos, la base,
el talón, el cosquilleo en el arco de la planta del pie. Los
tréboles restallan en zumos y el olor de la tierra se vuelve ácido.
Miro hacia el horizonte, todo es denso y no hay puntos concretos en
la lejanía sólo interferencias en la luz, ya es una imagen
tridimensional ingrávida dentro de mí. Holografía pura. Y sin
saber cómo ni por qué las palabras se tornan dibujos; las
imágenes, significado. A pesar de mi corazón acelerado, parece como
si nada hubiera ocurrido ¿cómo ha podido ser? La impresión es ya
indeleble, sin bajar la mirada tanteo con los dedos de los pies y
desafiando las leyes de la física comienzo a caminar muy despacio, a
ver qué pasa.
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