Amado mío, qué dulces transcurrieron los días cuando
tú me llevabas muy lejos y el lenguaje era nuestra barca.
Tú y yo, de los árboles verdes y ocultos, tallamos remos con palabras.
¡Qué felices viendo en cada letra la sombra de nuestro amor!
Avanzamos remando sonidos, rompimos los espejos del agua,
y tú formabas olas concéntricas y yo fui barca, piedra, isla, otro mar.
Ahora que anochece y siento frío alejaré de mi mano el timón.
Así el devenir de los días se deslice como el agua oscura del tiempo.